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Автор Анхелес Касо

Ángeles Caso

Un largo silencio

Premio de Novela Fernando Lara, 2000

Para José Luis, Teresa y Lichi,

mi querido pasado.

Para Alicia, Juan y Pascal,

por colaborar con tanto esplendor en el futuro.

Y para los Lera, los del otro mundo,

los que sobrevivieron en silencio a la derrota

Has visto en los ojos de los soldados derrotados la amarga voluntad de vivir

TASSOS LIVADITIS

Nous sommes dans la vie comme ces hirondelles

Qui vers le crepuscule joignent leurs ailes

El traversent le ciel en lutte contre le soir

Pour s'eloigner du Mal, se consoler du Noir

Beatrice Duplessis

EL REGRESO

El aguacero no logra espantar a la gente. Al fin y al cabo, es lo adecuado, dada la advocación de la Virgen. De hecho, la lluvia sobre la procesión no hace sino reafirmar la bendición celeste sobre la ciudad. Además la mayor parte de esas personas lleva horas en la calle. Muchas aguardan incluso desde la noche anterior, y ahora, después de tanta espera, no están dispuestas a irse. Las primeras llegaron cuando las campanas del convento de las agustinas daban las ocho, y atardecía. Más allá de la colina del Paraíso, al otro extremo de la playa, se habían acumulado unas nubes densas que presagiaban el agua del día siguiente. Las acompañaba la falsa placidez del mar, oscuro ya y tranquilo como un animal al borde del sueño, rítmica la respiración. A pesar del augurio, la gente siguió acudiendo, con la pretensión de ocupar las primeras filas. Traían mantas, algo de comer y aquel extraño anhelo en las miradas, el ansia de acecharse, vigilarse, espiar en los ojos de los otros la sinceridad o el fingimiento, mezclado al afán de exhibir en los propios la fe o el disimulo.

Esta mañana todos pretenden ser los más devotos, los más agradecidos al dar la bienvenida a la Virgen de la Lluvia, que regresa a su santuario en las montañas después de haber vivido casi tres años en una embajada del extranjero, protegida contra las furias. Vuelve ahora -más virgen y pura y santa que nunca- transportada en un camión militar entre nubes de estofas y cartón hasta la linde de la provincia, y desde allí a pie, por caminos y carreteras, a través de los pueblos y las ciudades.

Multitudes emocionadas y lloronas reciben la comitiva, y se arrodillan al paso solemne de aquella madre gloriosa, la misma que ha dirigido desde los cielos el caminar de los soldados que lucharon en su nombre y la trayectoria de sus balas y de sus bombas, igual que la diosa Atenea dirigió los mandobles de los aqueos en la lejana guerra de Troya.

A medida que transcurre la mañana, las gentes se apelotonan expectantes en las aceras, cerrándose el paso las unas a las otras. Por la calzada van y vienen, además de los soldados encargados de vigilar el orden, los vendedores ambulantes. Cierto es que no hay mucho que vender, pero en las últimas semanas algunos han acaparado alimentos que ahora pregonan mientras cargan sus grandes cestas o empujan los carritos olorosos: patatas asadas, sardinas fritas, bígaros cocidos y hasta erizos de mar crudos. Hace tiempo que no se ven ni se huelen tantas cosas ricas, y algunos palidecen ante el prodigio y se les hace la boca agua y hasta se les retuerce el estómago. Pero todo es poco para recibir a la santísima patrona. Por eso desde las aldeas vecinas han bajado también algunas mujeres con cestos de flores, calas blancas, hortensias azules, caléndulas amarillas y grandes rosas pálidas. Un tropel de señoras emperifolladas se las arrebata de las manos. En el cabello bien peinado, la finura de las mantillas, el lustre de la ropa y la carga ostentosa de joyas al cuello o en los brazos, se les nota de lejos que la guerra no ha perjudicado demasiado la economía de sus familias, sin duda sabiamente administrada por un padre o marido astuto. Algunas, a pesar de ser ya finales de junio, lucen incluso sus abrigos de pieles. Poco a poco, mientras avanzan las horas, la ropa se les pega bajo ellos al cuerpo, del sudor que causa la temperatura del día unida al calor de la muchedumbre apretujada y al de la excitada emoción de la espera. Pero se han prometido firmemente a sí mismas -y muchas hasta aseguran haber hecho el voto tres años atrás, el día en que la imagen fue trasladada lejos de allí- que la esperarán compuestas con sus mejores galas, haciendo así pública exhibición de poderío y, a la vez, de exaltada fidelidad a las ideas triunfadoras.